La decisión más importante de su vida

Jimmy Williams
Moscú, 1992


Vengo a compartir un mensaje que cambió mi vida. Yo no era un niño malo, pero tampoco era un niño bueno. Asistía a la iglesia con mis padres y fui bautizado a los doce años.

Si ustedes me hubieran preguntados si era un cristiano, les hubiera contestado que sí. Pero durante veintiún años Dios fue solo una idea formal para mí, y no un amigo personal. Hacía profesión del cristianismo, pero vivía mi vida como un ateo en la práctica.

Estudié música en la universidad. Me encantaba cantar, especialmente las arias para tenores de las grandes óperas. Al llegar al final de mi último año, estaba teniendo éxito con mis metas de la carrera, pero mi corazón estaba vacío. Sentía que algo faltaba en mi vida. No sabía en ese tiempo que, así como un estómago vacío pide comida, yo sufría de hambre espiritual.

Pascal, el gran físico francés, expresó elocuentemente esta hambre cuando dijo: "Hay un vacío con forma de Dios en el corazón de cada hombre que no puede ser satisfecho por ninguna cosa creada, sino solo por Dios, el Creador, conocido a través de Jesucristo".

Agustín, el gran teólogo y obispo habla de la misma hambre: "Tú nos has hecho para ti, Oh Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que encuentra descanso en ti".

Pensaba que tenía muchos problemas insolubles entonces, pero pronto descubrí que resolver mi hambre espiritual ayudó a hacer desaparecer muchos de mis otros problemas.

Me encontré con un compañero estudiante, un atleta, que tenía el resplandor de un cristiano en su rostro. Una simple conversación con él cambió todo el sentido de mi vida ese día de septiembre de 1959.

Me dijo que, así como había leyes físicas en el universo, hay leyes espirituales que rigen nuestra relación con Dios. Se llaman "leyes" porque son verdaderas universalmente. Por ejemplo, nosotros no rompemos la ley de la gravedad . . . la ley nos rompe a nosotros. Si saltamos de un edificio alto descubrimos la verdad acerca de la ley de la gravedad.

Pero, ¿cuáles son esas leyes espirituales? Compartiré con ustedes las cuatro leyes que me mencionó mi amigo ese día. Como la ley de la gravedad, son verdaderas, sea que creamos en ellas o no.

I. Dios nos ama, y tiene un propósito para nuestra vida.

Jesús nos dice, en Juan 10:10: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". Estas es una de las razones por las que vino, para que nuestra vida sea rica y esté llena de propósito.

Todo lo que está en esta habitación tiene un propósito: el micrófono, el piano, el escenario, las sillas, el sistema de sonido, el atril. ¿Cuál es el propósito del hombre? ¿Cuál es el propósito de ustedes? Esta es una pregunta importante.

¿Por qué la mayoría de las personas no experimenta la vida abundante que prometió Jesús? La segunda ley nos dice:

II. El hombre es un pecador y está separado de Dios; por lo tanto, no puede conocer y experimentar el amor de Dios y el plan de Él para su vida.

La Biblia nos dice, en Romanos 3:23: "todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios". Dios nos ha dado normas según las cuales debemos vivir, en cosas como los Diez Mandamientos. Y Santiago nos dice que "cualquiera que guardare toda la ley [los Diez Mandamientos], pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos".

No estoy diciendo que todos sean tan malos como podrían ser; lo que digo es que ninguna persona ha logrado alcanzar la marca; no ha cumplido con lo que Dios ha exigido. Y lo que Dios exige de nosotros en nuestra norma personal de comportamiento y rectitud es tan inalcanzable como arrojar una piedra y tratar de llegar al Polo Norte.

Los seres humanos han intentado encarar este problema del fracaso personal y moral de distintas formas. Algunos, ante 4000 años de historia documentada que registra incidentes horrendos, sangrientos e interminables de la inhumanidad del hombre para con el hombre, han persistido en la creencia de que el hombre es básicamente bueno.

Otros, más realistas y sinceros en cuanto a la tendencia del hombre hacia el egoísmo y el mal, han intentado explicar la razón por la que el hombre demuestra un comportamiento tan destructor. Estas son tres explicaciones que se suelen sostener en todo el mundo:

(1) Algunos sugieren que el fracaso moral del hombre es biológico; que es simple el resto vestigial de la agresión de nuestro pasado primitivo, animal y evolutivo.

(2) Otros sostienen que el defecto moral del hombre es básicamente sociológico, que el hombre carece del entorno adecuado para el comportamiento recto.

(3) Otros, todavía, insisten en que el problema humano es esencialmente intelectual y que, si las personas supieran más, entenderían qué es lo correcto, y lo harían. Curiosamente, en Estados Unidos, ¡existen más de 35.000 leyes y reglamentos simplemente para tratar de hacer cumplir los Diez Mandamientos! Sabemos qué es lo correcto, ¡pero a menudo escogemos no hacerlo!

Estas tres teorías tiene una cosa en común: cada una enfoca la condición moral humana desde el punto de vista de lo que le falta al hombre.

El biólogo nos dice que se necesita más tiempo para que el hombre resuelva y elimine los vestigios de su agresión primitiva. Tennyson espera esto optimistamente en su poesía "In Memoriam": "Siempre moviéndose hacia arriba, hacia fuera, dejad que muera el simio y el tigre".

El sociólogo nos dice que los que los humanos necesitan, básicamente, es un entorno adecuado o mejor y que, si lo tuvieran, el comportamiento humano mejoraría. Los Estados Unidos de hoy son un ejemplo vívido y trágico de que la abundancia no hace que las personas sean buenas.

Otros sugieren que lo que le falta al hombre es información y que, por lo tanto, la educación es la respuesta. Nos falta el tiempo suficiente; nos falta un entorno adecuado; nos falta la información necesaria.

Pero nuestro verdadero dilema no es lo que nos falta, ¡sino lo que está presente! Y cada disciplina académica tiene que tener en cuenta y explicar lo que es.

La biología lo llama instinto primitivo;
La filosofía lo llama pensamiento irracional;
La psicología lo llama debilidad emocional;
La sociología lo llama retraso cultural;
La historia lo llama lucha de clases;
Las humanidades lo llaman defecto humano, o hubris;
La Biblia lo denomina pecado.

Jesús habla de esta presencia en Marcos 7:15-23 como algo que viene de dentro del hombre, algo que brota de su vida interior:

"Nada de lo que viene de afuera puede contaminar a una persona. Más bien, lo que sale de la persona es lo que la contamina . . . Tampoco ustedes pueden entenderlo? -les dijo-. ¿No se dan cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina . . . Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona".

Albert Einstein se hizo eco de esto cuando dijo: "No es el poder explosivo del átomo lo que temo sino, más bien, el poder explosivo de la maldad en el corazón del corazón del hombre lo que temo grandemente".

"Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).

Y si está condición de pecado no fuera suficientemente malo, aprendemos de la Biblia que hay consecuencias para nuestro pecado: "La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).

"¿Qué significa la muerte? La muerte siempre significa separación. La muerte física es la separación del alma/espíritu del cuerpo. Las personas que están presentes cuando alguien muere pueden llegar a observar el momento en que esto ocurre.

La muerte espiritual es, también, una separación de Dios mismo. El pecado del hombre lo mantiene separado de aquel que busca conocer. Mahatma Gandhi, el gran maestro hindú, habla de esta separación cuando dice: "Oh, ¡soy un hombre desdichado! Es una constante fuente de tortura para mí estar separado de Aquel que sé que es mi vida y ser mismo, ¡y sé que mi pecado es lo que me oculta de Él!".

T.S. Eliot expresa esta misma desesperación, cuando dice:

"Somos los hombre huecos,
somos los hombres rellenos,
cabezas llenas de paja.
Sin cabeza, sin corazón.
La vida no termina en un estallido,
sino en un gemido".

Los sentimientos acerca de esta separación, esta alienación, han impulsado a los hombres a lo largo de los siglos a intentar encontrar una forma de salvar esta brecha, este distanciamiento de Dios. Históricamente, todos estos intentos se originan en el hombre y reflejan sus propios esfuerzos por alcanzar a Dios intentando ser bueno, guardando los Diez Mandamientos o la Regla de Oro, o cumpliendo con alguna práctica religiosa.

¡El problema con estos enfoques es que uno nunca sabe cuándo uno ha sido lo suficientemente bueno o ha hecho lo suficiente! Kart Marx dijo que "la religión es el opio de los pueblos", queriendo decir que parecía ser algo necesario y útil para los humanos, sea que fuera cierta o no. Y muchas personas se consuelan asistiendo a la iglesia, intentando ser básicamente buenos y decentes, y "drogándose" para creer que Dios los aceptará por haber hecho esos esfuerzos. Marx creía que estas ingenuas inclinaciones humanas debían ser eliminadas.

En realidad, las enseñanzas de Jesús concuerdan con Marx en este punto. Jesús enseñó que la religión es el enemigo del cristianismo, porque representa los mejores esfuerzos del hombre por tratar de subir y encontrar a Dios. Y es interesante notar que, en el tiempo de Jesús, Él era sumamente crítico de las personas santurronas y religiosas con las que se encontraba, los "buenos".

Jesús dijo: "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos" (Mateo 9:12). ¿Cuándo va una persona al médico? ¿Cuándo está bien o cuando está mal? Lo que estaba dando a entender Jesús era que, si las buenas obras o una vida relativamente buena de una persona ya eran suficientes para salvar la brecha entre ella y Dios, entonces lo que Cristo vino a realizar a través de su muerte sacrificial en la cruz quedaba completamente invalidado e innecesario. En otras palabras, Él estaba diciendo: "Si ustedes se han "drogado" para creer que sus propias buenas obras han conseguido su salvación, entonces Él, el Gran Médico, no puede hacer nada por ustedes".

Esto es lo que Pablo quería decir en Efesios 2:8, 9, cuando dijo: "Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte".

Nunca fue la expectación de Dios, al dar los Diez Mandamientos, que el hombre pudieran guardarlos perfectamente. Fueron dados como una guía, una herramienta de enseñanza. O, en terminología médica, los mandamientos cumplen una función similar a un equipo de rayos X, que solo puede revelar la condición del hueso roto dentro de un cuerpo humano. Identifica el problema, pero no puede proveer ninguna solución para restaurar el hueso.

Esto es lo que Jesús intentaba decir a los fariseos: que reconocieran la verdadera condición espiritual de su vida, que por más buenos y rectos que intentaran ser, seguían estando desesperadamente lejos de la marca que requería Dios. ¡Un predicador del evangelio señaló una vez que no era difícil conseguir que las personas se salvaran, pero que era sumamente difícil hacer que se perdieran! Primer debemos enfrentar sinceramente nuestra verdadera condición espiritual.

Una vez que hemos confrontado este hecho de nuestro propio pecado y fracaso personal ante Dios y lo aceptamos como verdadero para nosotros, estamos listos para considerar la tercera ley espiritual:

III. Jesucristo es la única provisión de Dios para el pecado del hombre; a través de Él podemos conocer y experimentar el amor y el propósito de Dios para nuestra vida.

La segunda ley espiritual nos revela las malas noticias acerca de la condición del hombre. Esta tercera ley ahora nos da el euaggelion, el evangelio, las buenas noticias de Dios:

"Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8).

Hemos establecido que la "religión" se define como los mejores esfuerzos del hombre por subir para llegar a Dios. El cristianismo es único y exactamente lo contrario, y está definido por el único esfuerzo de Dios para bajar y llegar al hombre. La religión se escribe: "haz". El cristianismo se escribe: "¡hecho!".

Jesús indicó su propósito en su misión divina, en Juan 6:38-40:

"Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final".

Juan, el discípulo, un testigo presencial, nos cuenta las últimas palabras que pronunció Cristo en la cruz: "Al probar Jesús el vinagre, dijo: -Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu" (Juan 19:30). "¡Misión cumplida!". "¡Hecho!".

Por esta razón Jesús había dicho a sus discípulos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Él decía ser Aquel quien, por su encarnación y muerte, había venido desde el cielo para construir un puente -Él mismo- que sería el único capaz de salvar la sima espiritual entre los seres humanos pecaminosos y un Dios santo.

El carácter exclusivo de esta afirmación de Cristo ofende a muchos. "Es demasiado estrecho", dicen. Pero, sinceramente, algunas cosas en la vida son estrechas. Siempre he apreciado a un piloto de mente estrecha, por ejemplo, ¡que siempre insiste en aterrizar su avión en la pista!

Una de las ciudades más hermosas de Estados Unidos es San Francisco, California. Ustedes tal vez sepan que sobre la vasta Bahía de San Francisco hay un gigantesco puente de suspensión de color rojo óxido, llamado Golden Gate. Permite que la gente y los automóviles vayan y vuelvan entre la ciudad, al sur, y el pintoresco pueblo marítimo de Sausalito y el valle de Napa, en el norte. Las personas que quieren ir a Sausalito pueden elegir entre usar el puente o nadar en el frío Pacífico con sus corrientes traicioneras que entran y salen de la Bahía. Todos deciden confiar en el puente.

El puente es estrecho también. Y, desde que fue construido en la década de 1930, nadie ha solicitado a la ciudad de San Francisco que pusiera otro puente al lado del Golden Gate para que la gente pudiera llegar a Sausalito. No es necesario. Ahora bien, la verdadera cuestión es si la afirmación de Jesús de que Él es el puente, el único puente que da acceso a Dios, es verdadera.

Se cuenta una historia acerca de un hombre que operaba un puente levadizo sobre un gran río, que levantaba y bajaba para permitir el paso de los barcos. Un día, trajo a su hijito para que estuviera con él mientras trabajaba. Al terminar la mañana, un gran barco se aproximaba, lleno de personas. Mientras levantaba el puente para dejar pasar al gran barco, su hijito se cayó sobre la gran rueda del engranaje. Estupefacto, el hombre se encontraba ante la decisión de poner en peligro una gran cantidad de vidas en el barco que se acercaba rápidamente o salvar a su hijo. Momentos más tarde, el cuerpo triturado de su hijo era acompañado por las lágrimas y el corazón desecho de un padre que sacrificó a su amado hijo por las vidas de los extraños en el barco.

Esa es la importancia de la cruz. La vida de Él por la nuestra. Él es nuestro sustituto, nuestro puente y acceso a Dios. Él murió para que nosotros pudiésemos vivir. Él estuvo separado de Dios el Padre ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"), para que nosotros no tuviésemos que estar separados . . . por toda la eternidad.

"Todos andábamos perdidos, como ovejas;
cada uno seguía su propio camino,
pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.
Maltratado y humillado,
ni siquiera abrió su boca;
como cordero, fue llevado al matadero;
como oveja, enmudeció ante su trasquilador;
y ni siquiera abrió su boca . . .
Fue arrancado de la tierra de los vivientes,
y golpeado por la transgresión de mi pueblo . . .
aunque nunca cometió violencia alguna,
ni hubo engaño en su boca.
Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir,
y como él ofreció su vida en expiación . . .
por su conocimiento
mi siervo justo justificará a muchos,
y cargará con las iniquidades de ellos".
-Isaías 53

Lo que significa esto para usted y para mí es que, si fuésemos las únicas dos personas que hubiésemos vivido jamás en el planeta Tierra, Cristo igual hubiera venido a hacer lo que hizo, solo por nosotros dos. Así es como nos ama. Lo tenía a usted y me tenía a mí en mente mientras llevaba esa cruz, subiendo por la Via Dolorosa, aquél día en Jerusalén, dos mil años atrás. Y en esa cruz ocupó el lugar de usted y el mío, y llevó nuestro infierno para que pudiésemos tener la oportunidad de estar en el cielo.

Ahora bien, es sumamente importante dejar muy en claro algo. Quiero plantear una pregunta. Si las cosas anteriores son realmente ciertas, ¿por cuántas personas murió Jesús? Encontramos la respuesta en Juan 3:16: "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna".

Aprendemos de esto que Cristo murió por el mundo. Su muerte es suficiente para todo ser humano que haya vivido jamás en el planeta.

Pero debemos hacernos una segunda pregunta: "¿Acaso el hecho de que Cristo haya muerto por todos significa que todos son cristianos? Obviamente no. Su muerte es suficiente para todos, pero es solo eficiente para ciertas personas. ¿Para quiénes? La cuarta y última ley espiritual nos dice:

IV. Debemos recibir personalmente a Jesucristo como Señor y Salvador en nuestra vida a fin de llegar a ser cristianos.

Juan 1:12 y 13 nos dice: "Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre (por herencia), ni por deseos naturales, ni por voluntad humana (pronunciamiento de un sacerdote), sino que nacen de Dios (el nuevo nacimiento)".

La Biblia habla de recibir a Cristo como recibir un regalo. Hemos visto que esto se menciona en Romanos 6:23 y Efesios 2:8, 9, arriba. Este concepto de "regalo" señala una aproximación a Dios que está diametralmente opuesto a todo sistema religioso basado en el esfuerzo humano que ya hemos tratado.

El "espíritu" de dar el regalo es uno de gracia. ¿Cómo acepta uno un regalo? La respuesta adecuada es "gracias". Si usted fuera a dar dinero a cambio de un regalo que recibe, la otra persona se sentiría sumamente insultada y ofendida. La gracia del dador del regalo sería arruinada por ese tipo de respuesta. La gracia es el favor inmerecido de Dios.

No podemos ganar este regalo.

No podemos merecer este regalo.

Solo podemos decir: "Gracias".

Lo que Dios ha provisto con tanta gracia para nuestra salvación es tan diferente de la forma en que los seres humanos piensan en este tipo de cosas que ningún ser humano hubiera pensado en una solución de este tipo para la condición caída y humana.

Así que nosotros, los humanos, tenemos una elección con relación a nuestra salvación personal. Podemos seguir con nuestros propios esfuerzos religiosos, con la esperanza incierta de no ser aceptables para Dios cuando nos morimos, o podemos aceptar el regalo gratuito de Dios, la muerte de su Hijo por nosotros. Y, cuando uno lo piensa, si Dios quería que el hombre lograra su propia salvación mediante su propio esfuerzo, entonces cometió un error terrible: dejó que su propio Hijo muriera en la cruz, que era evidentemente -siguiendo esta línea de razonamiento- ¡completamente innecesario! La salvación a través del esfuerzo propio niega la significación misma de la cruz y la muerte de Cristo por nosotros.

Ahora bien, ¿cómo recibimos este regalo? Lo hacemos ejerciendo fe, mediante el ejercicio de nuestra voluntad. Es una decisión personal de fe que uno toma basándose en los hechos indicados más arriba.

La experiencia tiene varios nombres: conversión, ser salvo, nacer de nuevo. Consideremos la conversación de Jesús con Nicodemo, en Juan 3. Nicodemo era un fariseo, el grupo que criticaba tan frecuentemente Jesús por su actitud santurrona. Pero Nicodemo se ve atraído a Jesús y va a verlo. Dice: "Rabí -le dijo-, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. -De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios -dijo Jesús".

Nicodemo le dijo, literalmente: "¿Cómo puede un hombre nacer cuando es viejo? No puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre, ¿no es cierto?". Jesús contestó: "-Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu".

Aquí, Jesús contrasta el nacimiento físico con el nacimiento espiritual. El nacimiento físico es un suceso. Ocurre en un momento del tiempo y cada uno de nosotros celebramos el momento una vez al año en nuestro cumpleaños. Asimismo, el nacimiento espiritual es un suceso, uno que puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar, cuando una persona entiende lo que hizo Cristo y extiende su mano para recibir personalmente el regalo que ofrece: "Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios" (Juan 1:12). Observe los verbos en este versículo. Nos corresponde a nosotros creer que lo que hizo Cristo por nosotros es verdadero, luego recibirlo en nuestra vida como nuestro Salvador y llegar a ser un hijo de Dios. Esto se hace ejerciendo nuestra voluntad, que decide activamente abandonar todo esfuerzo propio para lograr y alcanzar una justicia aceptable para Dios, y más bien extender la mano hacia Él en fe y recibir el regalo que nos ofrece. Y note que el versículo dice que debemos creer en, no acerca de. Creer acerca de algo no requiere necesariamente confianza. Creer en algo, sí. Esta es la verdadera naturaleza de la fe. "Creer en" significa "contar con".

Se cuenta la historia de un gran trapecista de un circo. Arriba, en la cuerda floja, iba de un lado a otro con su bicicleta y un largo palo. Luego lo volvía a hacer con su asistente sentado sobre sus hombros. Después de esto, preguntó al público si creían que él podría llevar a uno de ellos de un lado a otro. Todo el público dijo en voz fuerte que creían que podría hacerlo. Miró a un hombre específico en la primera fila y le preguntó si creía, y le dijo: "Sí". Entonces el trapecista le dijo: "Suba la escalera, póngase sobre mis hombros y lo cruzaré". Si el hombre respondía y se entregaba al hombre de la bicicleta, estaría demostrando el equivalente de la fe bíblica exigida a quien desea convertirse en cristiano y nacer en la familia de Dios.

Es importante entender la naturaleza de la fe en nuestra vida. La fe es algo que usamos todo el tiempo. La fe de que una silla nos sostendrá; fe de que el conductor que viene de frente se mantendrá en su carril; fe de que el avión aterrizará sin problemas. Todos tienen fe -ateos, agnósticos, cristianos. El verdadero asunto no es tener fe, en grandes o pequeñas cantidades, sino más bien tener un objeto digno de nuestra fe. Si usted caminara sobre un lago congelado, ¿qué preferiría, una pequeña fe en una capa de hielo de 50 cm, o mucha fe en 5 mm de hielo? La fe es importante, pero el objeto de nuestra fe es lo más importante.

Creer en Cristo es confiar en Él y solo en Él para hacernos presentables y aceptables ante Dios. Decidimos que Él es el objeto más confiable de nuestra fe, y decimos que, cuando nos presentamos ante Dios, no confiamos en nuestros propios méritos para lograr la vida eterna sino más bien en los méritos de nuestro Sustituto, el inmaculado Cordero de Dios que está junto a nosotros, nuestro Salvador y Redentor.

Apocalipsis 3:20 nos da una imagen de cómo ocurre el nacimiento espiritual: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré (tendré comunión) con él, y él conmigo".

Imagínese a Jesús parado a la puerta de su vida, de su voluntad, esperando entrar. Él es un caballero. Nunca forzará su entrada a nuestra vida. Pero aprendemos aquí que, si abrimos la puerta de nuestra vida a Él y lo recibimos como nuestro Salvador, Él responderá.

Si yo fuera a la puerta de su casa y golpeara la puerta, usted tendría básicamente tres respuestas: (1) podría decirme que me vaya, (2) podría ignorarme y hacer de cuenta que no está en la casa, (3) podría invitarme a entrar.

Lo mismo ocurre con Jesús. Él espera ser invitado. Trata a cada persona con integridad, y no entrará donde no está invitado o no es querido. Es nuestra la elección. Pero si abrimos la puerta (esa es nuestra parte), Él entrará (esa es su parte). Y Jesús no miente. Si abrimos, Él entra.

Hacemos esto a través de la oración. Las palabras específicas que usamos no son importantes, sino más bien la actitud del corazón. Aquí tiene una breve oración que contiene los principales elementos de recibir a Cristo:

"Señor Jesús, me acerco a ti en este momento de mi vida para pedir el regalo que me ofreciste. Confieso que he pecado y no he hecho lo que requieres de mí. Te agradezco por morir en la cruz por mis pecados, y te pido perdón. Abro la puerta de mi corazón y de mi vida, y te invito a entrar en mí y hacerme la clase de persona que quieres que sea. Confío en ti ahora como mi Salvador personal, y de hoy en adelante confiaré solo en ti para hacerme presentable y aceptable ante Dios cuando deba dar cuenta de mí y de mi vida. Gracias por entrar en mi vida, y sé que estás ahí ahora, porque prometiste que, si abro la puerta, entrarías. Amén".

Si usted hizo esta oración ahora mismo, y expresó el deseo de su corazón, entonces ¿dónde está Cristo? Está dentro de usted ahora. Antes, estaba afuera, mirando hacia adentro. Ahora, está adentro, mirando hacia fuera. La palabra "cristiano" significa 'Cristo en uno'. Por eso el cuerpo se denomina "templo de Dios". Un templo es un lugar donde mora Dios.

¿Cómo sabe que Él está ahí? Volvemos al tema de la fe. Anteriormente hablamos de ejercer fe y confiar en que la muerte de Cristo en la cruz por nosotros es verdadera, y que somos llamados a responder creyendo en ella. Para contestar esta pregunta, de nuevo tenemos que ejercer fe.

Supongamos que yo llegara su casa y golpeara la puerta. Usted abre la puerta, me invita a entrar y vamos a la sala de estar y nos sentamos a charlar. Y supongamos que, después de un tiempo, usted se levanta, va a la puerta, y dice: ¡Entra, Jim!". ¡Lo hace varias veces, mientras yo permanezco en el sillón en la sala de estar! Esto no solo sería tonto, ¡sino sería una clara evidencia de que usted en realidad no cree que yo ya estoy en su casa!

Así ocurre con Cristo. La fe es cuando usted deja de decir "por favor" a Dios y comienza a decir "gracias". A menos que usted confíe en fe que, independientemente de cómo se siente, Cristo fue fiel a su Palabra y realmente entró cuando usted lo invitó, usted nunca podrá avanzar con su vida en Cristo, porque sigue "yendo a la puerta" en incertidumbre, sin creer realmente que Él haya hecho lo que dijo que haría. Así que, una vez que lo ha invitado a su vida, crea que Él está ahí, y comience a confiar en eso diciendo: "Señor, gracias por entrar en mi vida y convertirme en hijo de Dios y miembro de tu familia".

Tal vez esta ilustración de un tren lo ayude a entender la diferencia entre hechos, fe y sentimientos. La locomotora del tren representa los hechos . . . las verdades acerca de la muerte y resurrección de Cristo y sus implicaciones para nosotros. El vagón con el carbón representa la fe . . . la energía necesaria para hacer que estos hechos sean una realidad para nosotros. El furgón de cola representa nuestros sentimientos . . . que pueden variar de día en día y de momento en momento según nuestras circunstancias, emociones y estado de ánimo.

El tren anda con o sin el furgón de cola, ¡y a uno jamás se le ocurriría tirar un tren mediante el furgón de cola! Así ocurre con nuestra vida en Cristo. Esta decisión que hemos tomado con relación a nuestra salvación no tiene nada que ver con la forma en que nos sentimos en ningún momento específico.

Si alguien fuera a preguntarme si estoy casado, no respondería diciendo: "Bueno, hoy me siento casado", o "estoy tratando de estar casado", o "pienso que estoy casado", o "espero estar casado". Y, sin embargo, estas son la clase de declaraciones que solemos escuchar cuando preguntamos a alguien si es cristiano. De hecho, estas respuestas son un fuerte indicador de que persona no entiende realmente lo que Cristo hizo por ella, y Él probablemente está "parado afuera", golpeando a su puerta. Este podría ser el caso para muchos, simplemente porque carecen de la información adecuada, y nadie les ha explicado claramente cómo pueden llegar a ser cristianos.

Hagamos otra pregunta: ¿Es arrogante suponer que cuando muera iré al cielo?

"Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan (no "esperen") que tienen (tiempo presente; no "tendrán") vida eterna" (1 Juan 5:11-13).

Lo que aprendemos aquí es que un cristiano recibe vida eterna no al morir, sino en la segunda venida. Recibir a Cristo y "tener al Hijo" es, también, tener la vida eterna como una posesión presente. Si no tiene a Cristo, no tiene vida eterna. Posea a Cristo y poseerá también la vida eterna. Podemos ver por qué esto es así. En nuestro nacimiento físico, nuestros padres nos dieron la única vida que tenían . . . vida humana. Cuando ponemos nuestra confianza en Cristo y nacemos espiritualmente a la familia de Dios, Él nos da la única clase de vida que Él tiene . . . vida eterna.

Por eso el apóstol Pablo podía decir confiadamente: "ausentes del cuerpo, y presentes al Señor" (2 Corintios 5:8). Y por eso Jesús pudo decir al ladrón creyente en la cruz: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43).

Cuando no era un cristiano, siempre me enojaba si alguien decía con confianza que sabía que iría al cielo cuando moría. Eso era porque suponía que lo que daba a entender era que había hecho suficientes "cosas buenas" ya como para merecer el cielo. Pero ese no era su razonamiento para nada. Simplemente daba testimonio del hecho de que había recibido el regalo de la Vida Eterna prometida a esa persona cuando reconoció la inutilidad de sus propios esfuerzos religiosos, se volvió a Cristo y lo recibió en su vida, como la Biblia le había indicado que hiciera.

No tener esta certeza en la vida cristiana es vivir los días motivado por el temor. Dios no quiere esto para sus hijos, y lo dice claramente, vez tras vez: que debemos vivir nuestra vida motivados por el amor y la gratitud por lo que Dios ha hecho por nosotros. Queremos vivir para Cristo. Nuestras buenas obras se vuelven, no un medio para obtener nuestra salvación, sino los resultados de haber sido perdonados y producto del deseo de agradar a nuestro Padre Celestial, fruto de corazones agradecidos que han recibido misericordia.

¿Dónde va uno y qué hace uno cuando nace de nuevo?

Los bebés recién nacidos necesitan mucho cuidado. El nacimiento es seguido por un proceso de crecimiento, desarrollo y tiempo. Cuando este desarrollo natural en un bebé no ocurre según lo esperado, consideramos que es algo triste, una tragedia. En el mundo espiritual, el nuevo nacimiento pasa por un proceso similar. Los nuevos cristianos necesitan un ambiente adecuado para que puedan comenzar a crecer espiritualmente y madurar en su vida cristiana. Aquí tiene varias sugerencias para acelerar su crecimiento:

Comience a leer la Biblia. Jesús dijo: "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4). Jesús está diciendo que, si queremos obtener una palabra de Dios, debemos ir adonde Él se ha revelado. Lo ha hecho en la Biblia, y no en Shakespeare o en el diario de la mañana. Pedro dice: "Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación" (1 Pedro 2:2).

La Biblia es un libro grande. De hecho, ¡son 66 libros! Muchos se quedan atascados cuando comienzan por Génesis. Se estancan rápidamente en las genealogías, y abandonan la lectura de la Biblia en desesperación. ¿Con qué tipo de alimento comienzan los bebés? Leche. Luego papilla. Luego comida para bebés. Finalmente comen carne.

Comience por el Evangelio de Juan. Está en la sección de comida para bebés. Búsquese una Biblia que pueda marcar libremente, para poder subrayar cosas que son significativas para usted. Lea la Biblia como come pescado. Cuando llegue a una espina, algo no digerible, no se atragante con ella. Si no lo entiende, diga: "Padre, no lo entiendo, pero confío que, al crecer, llegaré a entenderlo. Probablemente es carne que aún no puedo digerir". Mark Twain señaló: "No son las cosas que no entiendo de la Biblia las que me molestan, sino las cosas de la Biblia que entiendo". Hay bastante que entendemos, aun cuando somos cristianos nuevos, para alimentar nuestra alma. Es a través de la Biblia que usted deja que Dios le hable.

Haga de la oración un hábito. Es así como hablamos a Dios. La oración puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar, no solo el domingo. Puede ser larga o corta, elocuente o sencilla, importante o trivial, usando "vosotros" o "ustedes". Puede hacerse con los ojos abiertos o cerrados, parado, arrodillado o acostado. Es hablar con una Persona, su Padre Celestial. Él promete nunca dejarlo o abandonarlo (Hebreos 13:5) y, por lo tanto, está accesible 24 horas al día, todos los días. La oración puede involucrar (1) confesión de pecado, cuando ocurre, con la seguridad de que, "si confesamos (nos ponemos de acuerdo con relación a) nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1:9), (2) alabanza y agradecimiento, (3) intercesión (por otros), y (4) peticiones de cualquier tipo que podría estar pesando en nuestro corazón. Pablo dice: "No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:6, 7).

Comunión con otros cristianos. Busque el aliento que surge de estar con otros cristianos y compartir con ellos. Hebreos 10:24, 25 dice: "Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros". Una brasa ardiente quitada del fuego y colocada aparte se apaga rápidamente, pero dejada junto a otras brasas arde más fuertemente y más tiempo. Nunca fue intención del cristianismo ser un asunto solitario. Recibe el mayor beneficio de una comunidad de creyentes que se fortalecen, apoyan y desafían mutuamente para "la carrera que tenemos por delante" (Hebreos 12:1, 2).

Bautismo. Nuestro Señor dejó solo dos ordenanzas para guardar fielmente: el bautismo y la Santa Cena. Por lo tanto, en obediencia al mandamiento del Señor, todo nuevo creyente debería hacer arreglos para expresar rápidamente su fe y compromiso en Cristo -en su muerte, sepultura y resurrección- mediante el rito personal y visual del bautismo público. ("Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", Mateo 28:19).

Hable de Cristo a otros. Jesús dijo a los primeros discípulos: ""Vengan, síganme -les dijo Jesús-, y los haré pescadores de hombres" (Marcos 1:17). Si usted se entera de un buen negocio en alguna parte, tiende a querer contárselo a sus amigos. Una señal de ser un cristiano es que tiene un fuerte deseo de que otros puedan saber lo que usted ha descubierto . . . que Dios los ama y quiere que lo conozcan. Pero note que esto es un proceso. Nadie nace como un pescador "natural". Lleva tiempo y habilidad atrapar los peces. Aprender cómo compartir eficazmente con otros es una experiencia que se aprende también. Estudie la vida de nuestro Señor y vea cómo trató con las personas. Lea el libro de Hechos y vea cómo Pablo y otros fueron eficaces en ayudar a otros a clarificar su propia experiencia espiritual y unirse a la familia de Dios.

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Traducción: Alejandro Field


Acerca del Autor

James F. Williams es el fundador y ex presidente de Probe Ministries International y actualmente sirve como Ministro Itinerante. Tiene títulos de Southern Methodist University (B.A.) y Dallas Theological Seminary (Th.M.). También ha seguido estudios doctorales interdisciplinarios (a.b.d.) en humanidades en University of Texas at Dallas.

Durante los últimos treinta y cinco años ha visitado, dado conferencias y aconsejado en más de 180 universidades en los Estados Unidos, Canadá, Europa y la antigua Unión Soviética.

También ha servido en las facultades de Institutos de Estudios Bíblicos de Norteamérica, Latinoamérica y Europa.

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